El amor libre engorda menos

Rosas rojas, bombones, lencería fina y cenas a la luz de las velas. El repertorio de regalos posibles para celebrar el 14 de febrero en España, como en buena parte de lo que algunos llaman el mundo Occidental, empalaga hasta el extremo de provocar una diabetes emocional que amenaza con acabar con la salud de la mitad de la población.

En el origen histórico de semejante empacho han jugado un importante papel el cine, los bestsellers y los grandes medios de comunicación, apuntalando el engaño de uno de los días más señalados del calendario del buen consumidor. Sin embargo, no es la crítica al modelo capitalista la que más alto se escucha estos días, sino la de quienes consideran el “amor romántico” como una de las grandes amenazas sociales, la que continúa relegando a la mitad del planeta a un mero adorno digno de todo tipo de chucherías pero inconveniente para otras cuestiones de mayor relevancia.

El amor romántico fue el que sostuvo durante dos siglos la apariencia de un modelo de unión entre hombres y mujeres –para entonces el romanticismo era asunto exclusivo de la heterosexualidad, lo demás era juzgado como perversión- en el que la igualdad era poco menos que una utopía. Pero el amor romántico era, como decimos, sólo el envoltorio de esa relación desigual. La armadura y el esqueleto de aquellas relaciones eran el dinero y el sentido de la propiedad. Y así lo denunciaron las anarquistas feministas como Teresa Mañé, que bajo el pseudónimo de Soledad Gustavo fundó y dirigió la Revista Blanca, publicación que permitió difundir las ideas de la intelectualidad más avanzada del momento.

El 1 de diciembre de 1900 escribía Soledad Gustavo:

“El matrimonio tal y como actualmente está constituido es una esclavitud reciproca en la que el hombre y la mujer abdican su voluntad, su razón, su libertad en aras de una institución que pudo crearse cuando se reconocía el derecho del más fuerte, pero nunca perdurar hasta los tiempos en que la fuerza—moralmente—no constituye el derecho”.

Teresa Mañé teorizó sobre el amor libre, una idea sobre la que escribirían años después feministas revolucionarias como la bolchevique Alejandra Kolontay, como la unión entre iguales, a la que hombre y mujer acudieran en igualdad de condiciones para vivir el amor y el placer. Sí, la idea del amor libre que algunos consideraron casi pornográfica, puso sobre la mesa una cuestión tabú entonces y ahora: la mujer también puede buscar el placer en sus relaciones.

Mañé, que compartió tribuna en más de una ocasión con Emilia Pardo Bazán, creía, a diferencia de ésta, en la revolución social como único camino hacia la igualdad. En este sentido escribía en el primer número de la Revista Blanca:

“El objeto que persigue el anarquismo es destruir la sociedad actual, y sobre sus ruinas fundar otra más equitativa y justa que la presente, donde no haya mujeres que se vendan ni hombres que las compren; donde el amor sea una atracción mutua, y no una conveniencia social; donde la mujer sea lo que verdaderamente debe ser, la compañera, la amiga, la amante del hombre, no su esclava, como sucede en las modernas sociedades, que empiezan las leyes considerándola como cosa, y acaban las costumbres desfigurándola del todo”.

¿Qué diría la Gustavo de la costumbre del 14 de febrero?

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