Cuando las gallegas Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán acudieron al Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano en 1892 a poner el grito en el cielo y reclamar una instrucción adecuada para las mujeres, sus paisanas de las Rías Baixas llevaban ya casi una década manejando la última tecnología en la producción de conservas, sin haber recibido la formación industrial reglada que reclamaban las dos matriarcas del feminismo teórico español.
Eran las empleadas de la fábrica La Perfección, inaugurada en 1883 por el empresario catalán Salvador Massó Palau y sus hijos, asociados con la firma francesa Dargenton, en la localidad pontevedresa de Bueu. Eran obreras, herederas directas de aquellas que ocuparon los gremios relacionados con la limpieza del pescado, la fabricación de redes y la salazón en el siglo XVIII, antes de que la máquina de vapor revolucionara el envasado y la conservación del pescado; antes de que las planchas de hoja de lata se convirtieran en el envase perfecto para la exportación; antes de que una familia burguesa y emprendedora del lado opuesto del país, los Massó, decidiera poner boca abajo la industria pesquera de la península del Morrazo.
La Perfección fue el nombre elegido para la fábrica de Bueu por la empresa Hermanos Massó, constituida primero como sociedad de capital mixto junto a la compañía francesa y como empresa familiar apenas cinco años después, una vez aprendida la técnica tipo Nantes –en referencia al sistema de enlatado y conservación empleado por Joseph Moulins en la ciudad francesa- y amortizada la inversión tecnológica, y como sociedad anónima en 1931.
Durante dos siglos, la empresa fue ejemplo de innovación tecnológica y comercial. Empezó sustituyendo la técnica de salazón –una técnica centenaria para la conservación de pescado que el primer Massó había aprendido en su Blanes natal y emprendido en 1816 en Bueu- por la conserva enlatada, en la que a base de vapor se eliminaban los microorganismos responsables del deterioro de sardinas y jureles, sus especialidades. Siguieron diseñando una eficiente estrategia comercial que les llevó desde sus inicios a aventurarse a la exportación –el mercado francés sufría un déficit de oferta de pescado a principios del siglo XX, acrecentado durante la Gran Guerra- y a buscar aliados rentables como el ejército rebelde durante la Guerra Civil española y las fuerzas armadas ya en democracia. Y terminaron por envolver todo aquello en una original campaña de marketing, que reforzaba su imagen de marca como una empresa de prestigio.
La estampa de las más de mil trabajadoras que llegaron a ser –La Perfección apenas empleaba a un centenar de hombres y todos en puestos relacionados con la gestión o la maquinaria- trabajando a destajo casi encajaría con la descripción que Concepción Arenal hacía en uno de sus ensayos sobre el trabajo femenino:
«Consecuencia de pagarse tan poco su trabajo es que la mujer tiene que trabajar mucho y caer bajo el peso de una tarea continuada superior a sus fuerzas. El médico del hospital o de los socorros domiciliarios certifica la muerte o da cuenta de tal o cual enfermedad que afecta al pulmón, al estómago o al hígado; pero si, en vez de hacer constar los efectos, se buscara la causa del mal, resultaría que una enferma estaba doce o catorce horas doblada sobre la costura o dando a la máquina y comiendo mal; que la otra se levantó y trabajó antes de tiempo, recién parida, o criando y comiendo mal tenía que desempeñar una ruda tarea; que la de más allá, en una época crítica, en vez de hacer ejercicio, respirar aire puro, oxigenar bien su sangre y entonarse con una buena alimentación, estuvo en el taller o en la fábrica respirando una atmósfera infecta, sentada siempre o siempre de pie, con posturas y esfuerzos antihigiénicos, humedad, mucho frío o mucho calor, etcétera. Centenares, miles, muchos miles de mujeres, para la ciencia médica sucumben de esta o de la otra enfermedad; pero la ciencia social sabe que mueren de trabajo”.
A falta de información sobre las condiciones de salud de las empleadas de La Perfección –habría que cotejar los datos de las empleadas con los registros sanitarios del Concello para poder afirmar que “morían de trabajo”-, la empresa Hermanos Massó volvió a dar ejemplo de su capacidad de adaptación. Aunque ya pasada la posguerra y justo antes de iniciarse el milagro español de los felices sesenta, contrató a una asistente social que se ocupó de atender las demandas de las trabajadoras creando un servicio médico y una guardería dentro de sus instalaciones.
En aquella idílica fábrica trabajaron generaciones completas de familias. Las aprendizas eran hijas y nietas de las empleadas, hasta el punto que en los años treinta casi la mitad de las mujeres de entre 15 y 65 años de Bueu llegaron a trabajar ya fuera como “diarias” –es decir estables- o eventuales en La Perfección. No todas estaban orgullosas de serlo. Buena parte de ellas, como ha constatado la profesora de la Universidad de Santiago de Compostela Luisa Muñoz Abeledo, lo ocultaban en los censos oficiales, declarando “sus labores” como única ocupación, dominadas por el castrante discurso de la domesticidad de la mujer y la pesada idealización del “ángel del hogar”, contra el que tanto combatieron las feministas.
La vida de aquellas mujeres ha sido ampliamente estudiada Muñoz Abeledo en su libro “Género, trabajo y niveles de vida en la industria conservera gallega”, que explica la precariedad laboral en la que se vieron inmersas por ser estigmatizadas como mano de obra barata y flexible: si ellas no eran en teoría quienes sostenían económicamente sus hogares, su desempleo no debía ser en teoría un problema social. En teoría, porque en la práctica el jornal de aquellas obreras era fundamental en familias que dependían de la estacionalidad de la pesca. Nada nuevo en el horizonte, si se atiende a la teoría de la filósofa Celia Amorós sobre el papel de las mujeres en el mercado laboral y sobre la evolución del salario familiar, en el que la contribución de la mujer siempre se ha considerado complementaria y, por tanto, prescindible.
De la memoria de todas esas obreras que ocultaban su condición de trabajadoras, que padecieron jornadas eternas de trabajo y que levantaron el imperio conservero gallego quedan trabajos como el de Muñoz Abeledo y algunas imágenes en el Museo Massó de Bueu. Un vago recuerdo de aquellas mujeres perfectas que vivieron la práctica de las denuncias feministas de sus paisanas.
*Imagen recuperada de www.cultura.gal Bibliografía Fernández Poza, Milagros: “El debate educativo de finales del ochocientos y el Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano”, Cuadernos de Historia Contemporánea, 2007, vol. Extraordinario, 81-92. Gascón, Encarna (2002): “Concepción Arenal y la salud en las mujeres”, Sanit, vol. 16, n.5 Muñoz Abeledo, Luisa (2011): “Actividad femenina en industrias pesqueras de España y Portugal (1870-1930)”, Historia Contemporánea, n. 44, pp. 49-71 Muñoz Abeledo, Luisa: El mercado de trabajo en empresas marítimas: Massó y La Artística (comunicación)