La madre que parió a Mary Shelley

Resulta apabullante la cantidad de reportajes, post y comentarios que estos días recuerdan que hace 200 años que nació el monstruo por antonomasia: la criatura de Víctor Frankestein, el personaje creado por Mary Shelley a partir del mito de Prometeo.
Las efemérides corren el riesgo de producir cierto empacho en el personal, por eso hubiera sido un atrevimiento escribir una sola línea más sobre la osada adolescente amante de un poeta que aceptó el reto de otro hombre y acabó lanzando por los siglos de los siglos uno de los estereotipos que mejor ha arraigado en el imaginario colectivo occidental: el científico (hombre) que se atreve a ir demasiado lejos. En el caso de Víctor Frankenstein su osadía no fue original. Hacía tiempo que el galvanismo había logrado el aplauso de una parte de la Academia, pero no hay nada como la ficción para lograr popularizar cualquier idea. Y ahí anda el pobre Luigi Galvani esperando a que Hollywood se pogan al día con los atrasos antes de que la SGAE reclame.
En realidad, el éxito del aniversario de Frankestein es la prueba de lo rentable que resulta aliñar el pensamiento con algo de imaginación. La madre de la misma Shelley, Mary Wollstonecraft, es un buen ejemplo. El año pasado se cumplieron 225 años de la publicación de su obra «Vindicación de los derechos de la mujer», considerado por algunas teóricas como uno de los textos fundacionales del feminismo. Pues ni una letra y eso que la vida de la Wollstonecraft daría para alimentar a los mentideros de hoy y de hace dos siglos y cuarto ¿o conocen a muchas mujeres de bien que no tengan mayor problema en plantear relaciones de pareja verdaderamente libres y abiertas?
La madre que parió a Mary Shelley plantó cara a los Rosseau de la época y le hizo la peseta a la Ilustración porque no tragaba con lo de la Libertad, Igualdad y Fraternidad sólo para penes. Aunque el suyo no fuera un planteamiento revolucionario en lo económico, llegó incluso a cuestionar la situación de las mujeres de clases sociales menos favorecidas. Es posible que ésa fuera una de las ideas que tenía previsto ampliar cuando revisaba su obra para profundizar en sus planteamientos y le pilló la muerte. Afortunadamente otras mujeres tomaron el testigo y el feminismo logró convertirse en la teoría revolucionaria que llegaría a ser en los dos siglos siguientes. Aquellas que lucharon contra los prometeos que andaban construyendo un hombre nuevo, su criatura, y se olvidaron de la mujer. Las mismas que hoy gritan al monstruo.

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