Ana Palomo (arañazo de sable en el brazo derecho), Marina Padilla (culatazo en la cadera), Ana Roja (lesión facial por bofetada), Carmen Palacio (contusiones por pisadas de caballos), Joaquina Nieto (contusiones por pisadas de caballos), Josefa Martos (atropellada), Angustia Hernández (contusión por culatazo) y Adela Fernández (golpes) y cientos de compañeras muertas de hambre. Ése fue el balance de víctimas registrado en Málaga capital el día que las tejedoras de la fábrica ‘Industria Malagueña S.A.”, propiedad de la familia Larios, volvieron a las puertas de las oficinas de la Aduana a pedir ayuda al gobernador civil y se encontraron con una carga de la Guardia Civil por respuesta.
Esas siete mujeres como otras 1200 compañeras más llevaban en huelga desde hacía 22 días. El 21 de julio de 1890 acordaron parar los telares de la fábrica malagueña para exigir a los dueños que volvieran a pagarles una cantidad justa por su trabajo. Cobraban a pieza, en función de la producción de metros de tela continua. Aquel mes, cuando se liquidaron los pagos volvieron a registrar un descenso en sus “nóminas”. Fue la última gota.
Las tejedoras malagueñas se organizaron de la misma forma que lo habían hecho dos años antes las cerilleras de Bryan & May de Londres, las populares matchwomen, artífices de la que se considera primera huelga feminista de la historia. Las malagueñas como las londinenses, como las cerilleras sevillanas en 1893, como las tejedoras catalanas en 1888 (por cierto dos meses antes que las británicas), reclamaron sus derechos siguiendo los patrones propios del movimiento obrero del siglo XIX. Organizaron una comisión, se reunieron con los dueños de la empresa tras reclamar la mediación de la autoridad y salieron a la calle para hacerse visibles. Las matchwomen habían sorprendido a la estirada sociedad victoriana manifestándose y gritando en las calles bien de Londres. Las malagueñas lo hicieron tomando la Alameda y gritando en la calle Larios, donde llegaron a apedrear la casa de los dueños de la fábrica.
Las crónicas relataron cómo durante aquellos 22 días de verano, las trabajadoras organizaron comisiones informativas cada mañana a las puertas de la fábrica para pedir a sus compañeras que no cesaran en su movilización. Una delegación se ocupó de buscar ayuda social para echar una mano en las economías domésticas de aquellas mujeres que movilizadas renunciaban a sus escasos ingresos. Recibieron ayuda de la Unión de Trabajadores y de donantes anónimos de la ciudad.
Cada tarde se manifestaban en la Alameda de manera pacífica, incluso según las versiones narradas en la prensa más conservadora. Al llegar la noche, se retiraban a sus casas en el barrio de El Perchel. Eran mujeres y podía parar un telar, no sus hogares. La solidaridad masculina no llegaba a tanto. Al fin y al cabo, al obrero, como al burgués, le gustaba que sus señoras se ocuparan de ellos como merecían. Y así resistieron tres semanas. Las tejedoras en la calle y los Larios en sus trece. Ellas pidiendo justicia social y ellos argumentando que el descenso de los salarios era cosa de los mercados. La fábrica paró su actividad hasta que el 8 de agosto a sus gestores se les agotó la paciencia y recurrieron a la autoridad competente.
Manuel Vivanco había sido nombrado gobernador civil de Málaga el 9 de julio de 1890. En sus informes sobre lo ocurrido pasó de la cautela y conciliadora actitud inicial al ordeno y mando un mes después. El 11 de agosto decretó el cierre de las oficinas de la organización obrera Federación Malagueña en la calle Jaboneros y detuvo a tres de las huelguistas, usándolas como moneda de cambio para exigir a las demás que abandonaran la movilización. Cuando doscientas de ellas fueron a pedirle explicación y clemencia el 12 de agosto, las recibió a palos las Guardia Civil montada a caballo. Ése fue el fin. Antes de las fiestas del 15 de agosto, la fábrica trabajaba ya al cien por cien de su capacidad y las tejedoras cobraron lo que los Larios estipularon.
La crónica de aquel presunto fracaso obrero es en realidad la prueba del éxito del movimiento feminista en su mismo origen. En España, como en el resto de Europa, el movimiento obrero no fue cosa de hombres. Las tejedoras, como las cerilleras, como las jornaleras, fueron dueñas de su presente.
A menudo, las historias del feminismo español recurren a las obras de las intelectuales y pensadoras que teorizaron aquella ideología emancipadora –aquí también lo hemos hecho– pero se olvidan de quienes, como las tejedoras malagueñas, la construyeron llevándola a la práctica. Si el feminismo como ideología, a diferencia de lo ocurrido con alguna de sus coetáneas, ha llegado al siglo XXI en tan buen estado de salud es gracias a unas y a otras. A quienes lo teorizan y a quienes lo ejecutan. Por eso, la #HuelgaFeminista del próximo #8M sólo será un éxito si se la apropian quienes la convocan y promueven, pero sobre todo quienes tienen el poder de hacerla universal: las Anas, Marinas, Cármenes, Joaquinas, Josefas, Angustias y Adelas que pasan por encima de los señores Vivancos que sea necesario para reclamar lo que es justo.
*Todos los datos para este post han sido obtenidos de las crónicas sobre la huelga de tejedoras de 1890 en Málaga de El Siglo Futuro, El Día, El Imparcial,La Monarquía, La Iberia, La Época, La República,El Correo Militar, La Justicia, El Pabellón Nacional, La Unión Católica, Diario de Avisos de Madrid.