La tarde que el cura Martín Merino clavó un puñal a la reina Isabel II consiguió arreglarle la vida a Julia Aguirre y a sus descendientes por unas cuantas décadas. El magnicida no logró su objetivo. Pinchó en hueso, o más bien, en el manto de terciopelo y brocados de oro, primero, y en una de las ballenas laterales del corsé de su majestad, después. La cuchillada apenas dejó un rasguño en la piel real, dibujando una herida de unos 8 centímetros de longitud y sin profundidad reseñable.
Martín Merino no calculó que contener los michelines de su majestad requería una obra de ingeniería como eran los corsés que la fábrica “Las dos palabras” de la calle Hortaleza de Madrid suministraba a Isabel II. Y eso que aquel Primero de febrero de 1852, la reina usaba uno de los corsés diseñados para las madres recientes, que eran más ligeros y flexibles que los que solían gastar a las jóvenes. El atentado tuvo lugar en el momento en el que la reina se dirigía a la Basílica de Atocha a presentar a su segunda hija, nacida un mes y medio antes. Aquello quedó en susto real, garrote vil para el autor y gloria eterna para el corsé de lino y algodón.

La dueña de “Las dos palabras”, Julia Aguirre de Zugasti, supo aprovechar su nombramiento como “corsetera de cámara” de la reina para levantar un imperio a base de fajas ortopédicas, porque sus corsés no eran otra cosa que prendas de ortopedia, que se diseñaban y vendían con argumentos higiénicos para contrarrestar el argumentario médico que contra su uso existió desde el mismo momento en que se puso de moda. Palpitaciones, falta de riego, obturación intestinal… era algunos de los efectos de aquella prenda, según los informes médicos de mitad del siglo XX. Sin embargo, en “Las dos palabras” se esmeraron en cuidar el diseño para invertir el efecto y, presuntamente, contener hernias y combatir el deterioro muscular de las mujeres que, como la reina, sufrían a base de embarazos y partos continuos.
Así fueron presentados en las exposiciones universales de 1873 en Viena y en las de París de 1878 y 1889. Las fajas ortopédicas Zugasti eran obras de ingeniería en su diseño y uno de los mejores ejemplos del poderío de la industria textil española; normal que el Gobierno de la Restauración sacara pecho en aquellas muestras internacionales de finales de siglo.
Orgullos patrios aparte, aquella estrategia de promoción fue determinante para que Julia Aguirre lograra hacerse un hueco en el mercado de la lencería de lujo y desbancar con el relato de la salud a las grandes firmas francesas. Además estaba el segundo argumento de peso para su plan de márketing: si la reina usaba los corsés de “Las dos palabras” ¿quién se iba a resistir a imitarla? No te salvarían de un atentado, pero te evitarían algún que otro problema estético y de salud.
Las revistas femeninas daban cuenta de las ventajas de usar el corsé ortopédico de Julia Zugasti -la empresaria prescindía de su apellido para primar el de sus hijas- porque no requería la ayuda de criada. La utilización de fibras más elásticas y del sistema de cuerdas para su ajuste, así como la reducción de sus dimensiones, como el que lucía la reina el día del atentado, convirtieron los corsés de “Las dos palabras” en un producto competitivo, que las hijas de Julia Aguirre, Julia y Cándida Zugasti, nombradas corseteras de cámara de las infantas Eulalia, Pilar y Paz, cuando éstas regresaron del exilio, supieron aprovechar para prolongar el éxito empresarial de su madre hasta los inicios del siglo XX.

La lista de razones por la que la reina Isabel II se ganó a pulso su hueco en la historia de la democracia española esconde más leyendas que verdades. Incapaz y ninfómana fue lo más bonito que se dijo de ella. Si ser una señora del XIX era tener muchas papeletas para que la oficialidad retratara tu incapacidad intelectual, no digamos tu inutilidad para el gobierno de una nación. Y si ser una señora del XIX significaba no sentir ningún tipo de deseo sexual, es fácil imaginar las etiquetas que te colgarían si mirabas con ojos golosos a algún apuesto militar.
En el final del invierno de 1852, la ropa interior de la reina se convirtió en objeto de conversación pública. Una faja el había salvado la vida. La leyenda del corsé de la reina no había hecho más que empezar. Una más.
*Todas las referencias sobre la fábrica “Las dos palabras” y Julia Aguirre de Zugasti han sido obtenidas a partir de un vaciado bibliográfico de revistas femeninas y médicas, así como de prensa generalista del período 1852-1900 contenidas en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España.