Lo que Leonor buscara en Antonio sólo ella debió saberlo. Justificar la relación de una niña de 13 años con un profesor de Francés que pasaba de la treintena resulta tan complicado hoy como hace cien años, cuando los padres de Leonor Izquierdo autorizaron su matrimonio con Antonio Machado.
Semejante decisión puso a la niña en manos de una figura masculina que representaba exactamente lo contrario de la que había sido su referente hasta el momento.
El padre de Leonor, guardia civil, alcohólico y violento fue sustituido por un poeta, un hombre sensible que probablemente la salvara de palizas y discusiones. La autoridad masculina ahora escribía en verso y Leonor reinventó su propio personaje. Dejó de ser la hija del Guardia Civil y la regente de una pensión. A sus 15 años, recién terminada su pubertad con las tetas a medio echar, Leonor se convirtió en musa. Y las musas tienen que mantener el misterio para lucir esa incertidumbre que excita la creatividad.
Leonor cambió la escoba y la cocina de la pensión donde ayudaba en las tareas domésticas por las tertulias y las cuartillas garabateadas por su marido-padre. Las imágenes de su boda descubren al personaje en toda su ridícula y vergonzante realidad: una niña disfrazada de señora. Las descripciones de los amigos del poeta coinciden en subrayar su palidez y su hipnótica mirada, pero los amigos de Machado también era escritores, artistas capaces de convertir a una niña en diosa.
Leonor era paliducha como exigían los dictados de la moda romántica. Una dictadura estética que llevó a muchas mujeres a provocarse anemias para evitar el sonrojo en sus mejillas. La tez blanca era tendencia. Si ella lo hizo sólo ella debió saberlo porque no le dio tiempo a contarlo. A Leonor el papel de musa apenas le duró cinco años, dos de noviazgo y tres de matrimonio. Y el último se lo pasó tratando de recuperarse de la tuberculosis con que se infectó estando en París, primero en uno de los miles de hospitales para tuberculosos que llenaron la Europa del cambio de siglo y después en Soria. En España, la enfermedad provocada por el bacilo de Koch fue la principal causa de muerte hasta bien entrado el siglo XX y, aunque Leonor se salía del perfil más habitual del enfermo (habitantes de ciudades industriales que vivían en condiciones insalubres), fue la responsable de algunos de los versos más amargos de Machado.
Si mueres con 18 años, tienes pocas posibilidades de hacer algo que permita que tu vida quede en el recuerdo colectivo y la Historia te salve del olvido, salvo que la cosas al dobladillo de la vida de alguien que sí lo haga. Leonor no existió hasta que se cruzó con Antonio. Su figura se sigue utilizando para justificar una parte de la vida, la obra y el propio personaje del poeta.
Leonor es una niña disfrazada de señora que llena murales e imágenes promocionales de una ciudad que, como el resto del país, no palidece ante el enigma de una vida enaltecida sólo por el mérito de la tragedia.
Muerta la niña, larga vida a la musa.