El transatlántico Infanta Isabel fue durante la segunda década del siglo XX uno de los grandes orgullos patrios de la marina mercante española. Fue construido un par de años antes de que comenzara la Gran Guerra, en la que se considera la época de oro de los vapores. Se construyó en Glasgow por encargo de la empresa gaditada Sociedad Naviera Pinillos, Izquierdo y Compañía.
Tenía 143 metros de eslora, 3 cubiertas y 2 entrepuentes. Contaba con espacio para 120 pasajeros de Primera, otros tantos de segunda y otros de segunda económica además de otros 1000 para tercera. Se construyó con todas las comodidades: 4 camarotes de lujo, salones de lectura, cubierta de paseo, comedores, baños, lámparas eléctricas… un palacio flotante.
El Infanta Isabel hizo su viaje inaugural cinco meses después del gran fracaso del Titanic. Y aunque no se hundiera en mitad del Atlántico también tuvo una historia oscura y muchos muertos entre su pasaje.
Fue a finales de septiembre de 1918. Para entonces, el Infanta Isabel cubría la ruta: Barcelona-La Habana, lo que a principios del siglo XX suponía cargar en cada puerto de sus escalas a centenares de emigrantes dispuestos a hacer las Américas.
El 26 de septiembre, el Infanta Isabel fondeó en A Coruña procedente de Barcelona con 300 pasajeros a bordo. Allí cargó a otros 850 y partió hacia Las Palmas, donde debía hacer escala antes de afrontar la travesía transoceánica.
Entre la carga que subió en el puerto coruñés se encontraban varias decenas de simios. Pertenecían a una de las pasajeras que habían pagado las 2000 pesetas que costaba por persona uno de los camarotes de lujo. Las crónicas de entonces e incluso alguna de las que ahora recuerdan aquel viaje hablan de aquella curiosa carga como una excentricidad propia de millonarias.
La dueña era la Rosalía Abreu, una acaudalada criolla cubana perteneciente a una de las familias burguesas que financiaron la Guerra contra España. Rosalía Abreu ocupó uno de los camarotes de lujo del Infanta Isabel para volver a su Cuba natal, en lo que debía ser un viaje directo desde Las Palmas.
También viajaba en aquel barco el violinista catalán Tomás Gorgues, también dispuesto a probar suerte en los escenarios americanos, aunque a diferencia de la Abreu, el artista viaja en segunda.

El Infanta Isabel salió de Coruña el 28 de septiembre y llegó a Las Palmas 4 días después. Al tocar puerto, la imagen era desoladora. La conocida erróneamente como “gripe española” se había colado entre los pasajeros de tercera: más de 500 pasajeros presentaban claros síntomas de la infección: vómitos de sangre, fiebre y debilidad física general. Habían muerto 10 personas en el trayecto.
El médico responsable de la inspección de pasajeros declaró que todo el pasaje partió sano de Coruña, aunque es evidente que no. Según el testimonio de algunos pasajeros, la epidemia se dejó sentir en el primer día de camino, pero la tripulación decidió continuar el viaje.
En Las Palmas, las autoridades insulares tuvieron que poner orden dentro y fuera del barco. Los pasajeros infectados fueron trasladados a un centro de confinamiento vigilado por militares y atendidos por médicos y enfermeras voluntarias de las islas. Semejante desembarco provocó la ira de algunos canarios, que reclamaban la expulsión de todo el pasaje, y la solidaridad de otros, que donaron ropa, mantas y colchones. El mismo alcalde de la ciudad, Bernardino Valle, médico de carrera, cambió el bastón de mando por la bata para atender a los enfermos.
La decisión fue confinar a todo el pasaje: dentro del barco a los sanos y en un centro aislado de la ciudad, a los enfermos. Los primeros se amotinaron y la Marina tuvo que intervenir justo antes de mandarles de vuelta a la Península. Volvió toda la tripulación, todos los pasajeros de primera y parte del resto de categorías.
El 11 de octubre, el Infanta Isabel estaba de vuelta en otro puerto gallego: el de Vigo.
De sus pasajeros “ilustres”, uno había muerto en el centro de desinfección habilitado en Las Palmas dejando como único legado 40000 pesetas en efectivo y 2 violines. La otra, la presunta excéntrica de los monos, volvió a Vigo, hizo su cuarentena y pudo regresar a Cuba.
El caso del Infanta Isabel marcó el inicio de la curva de la segunda oleada de gripe española, la que llegó tras la primavera donde se registraron los primeros casos y el verano que dio un respiro para convertir el mundo en un verdadero infierno en el otoño e invierno de 1918 y 1919. Tras el escándalo, el Gobierno decretó el cierre de fronteras y prohibió la emigración.
La doña
De aquel suceso hay algo que no acaba de encajar en las crónicas que se conservan de la época ¿chimpancés viajando desde Europa a Cuba en plena Guerra? ¿sólo una excentricidad?
La presunta excéntrica era Rosalía Abreu (1862-1930), efectivamente millonaria, pero nada caprichosa. A pesar de la caricatura que se presentaba de ella en la prensa de la época, Rosalía Abreu fue una mujer de ciencia. Efectivamente recorrió el mundo buscando y comprando simios. Los importaba para llevarlos a su palacio en La Habana con un interés puramente científico.
La Finca de las Delicias, conocida popularmente por los habaneros como la Quinta de los Monos, llegó a albergar la mayor colección de simios del mundo. Dentro de sus jardines y de las dependencias del propio palacio había chimpancés, orangutanes, gorilas, titis, mandriles, macacos, capuchinos y monos araña.
Los monos
Rosalía quiso entender el comportamiento de los simios, conocer qué los asemejaba a nosotros y qué los distanciaba. Visto desde fuera, efectivamente aquello podría parecer una excentricidad -monos vestidos, atendiendo la puerta y poniendo la mesa- pero la realidad fue bien distinta. Su trabajo de caracterización de especies y sus estudios etológicos permitieron sentar las bases a la obra de naturalistas y biólogos como Julian Huxley y primatólogos como Robert Mearns Yerkes, que dedicó a Rosalía Abreu su libro Almost Human, la obra que lo consagró en el panorama internacional. Todos los registros de campo fueron tomados en la Finca de las Delicias. Allí, Rosalía Abreu se convirtió en la primera naturalista que logró un apareamiento de chimpancés en cautiverio. Los padres fueron Jimmy y Cuscusa y su criatura Amuná. Era 1915.

Rosalía Abreu murió 12 años después del fin de la pandemia de 1918. Tenía 68 años. Dejó 200 herederos que pasaron a formar parte del fondo de una institución científica. El transatlántico con el que cruzó el océano cargada de simios en plena pandemia y en plena guerra europea fue vendido por la empresa propietaria, la Naviera Pinillos, que como muchas empresas en aquella pandemia, acabó en la ruina.
El Santa Isabel sobrevivió a Rosalía y a sus monos 12 años más. Terminó siendo un buque de guerra de la marina japonesa en la II Guerra Mundial y acabó hundiéndose en mitad del océano. Esta vez no fue un iceberg, sino un submarino estadounidense.