
Cuando Louise Salomé plantó su ruso trasero en una de las butacas de la primera fila de la foto de familia del III Congreso Anual de la Asociación Internacional de Psicoanálisis en Weimar en 1911, su obra filosófica y literaria ya se paseaba por las bibliotecas de buena parte de la intelectualidad europea. No estaba allí, pues, por postureo.
Louise, que ya no se llamaba Louise, sino Lou Andreas-Salomé había publicado un año antes uno de los primeros estudios teóricos sobre sexualidad femenina. El erotismo, que así se tituló, hablaba sin tapujos, aunque con cierta complejidad narrativa, sobre asuntos como la superioridad sexual femenina, la justificación de la infidelidad, el deseo y el placer.
Cuando Lou presentó su trabajo en aquel encuentro ante los popes del psicoanálisis europeo y americano, tenía ya 50 años y una trayectoria que dejaba la “envidia de pene” freudiana a la altura del betún. La filósofa, que llegó a convertirse en estrecha colaboradora de Sigmund Freud, tuteó a la élite intelectual del momento de la que formó parte tras su paso la Universidad de Zurich (la única institución europea realmente comprometida con la formación intelectual femenina).

Desde esa posición de saberse igual que los hombres en sus capacidades y conocimiento, Lou promovió la creación de un grupo de pensamiento con ella al frente y Friedrich Nietzsche y Paul Rée como integrantes. Para sellar el acuerdo se hicieron una foto que levantó ampollas, con Lou dirigiendo látigo en mano un carro tirado por dos “bestias” del pensamiento del cambio de siglo.
Aquel daguerrotipo fue sólo la escenificación de su constante rebeldía. No le iban los convencionalismos. Lou ejerció la libertad sexual sobre la que teorizaba sin complejos y, lo mejor, sin la sacrosanta culpa. Tuvo amantes mayores y mucho más jóvenes que ella, como el poeta Rainer Maria Rilke. Mandó a paseo a Nietzsche cuando le propuso matrimonio porque si creía poco en el amor romántico, mucho menos en cargarse una relación intelectual por convertirla en algo convencional.
La única unión oficial que aceptó fue con Carl Friedrich Andreas, que fue su marido durante 33 años y al que impuso desde el principio una sola condición: no mantener nunca relaciones sexuales. Para la filósofa, el sexo y el amor son asuntos diferentes. El sexo debe ser estudiado sin perder nunca de vista su función fisiológica, aunque su idealización en el ser humano acabe a veces convirtiéndolo en amor. Para ella, las relaciones sexuales se basan en el deseo y tienen fecha de caducidad en cualquier pareja.
Lou Andreas-Salomé escribió toda aquella teoría una década antes de que llegara a popularizarse la figura de la “mujer moderna” de los años 20. Su obra fue olvidada durante décadas, en Alemania su biblioteca ardió en una de las piras nazis y sólo hasta que los sujetadores empezaron a arder en los años 70 no se volvieron a leer teorías tan libres sobre la sexualidad femenina.
Así que no, Lou Andreas-Salomé no plantó el culo en la primera fila de aquel Congreso Internacional e Weimar por pura casualidad.
Si quieres saber más sobre Lou Andreas-Salomé puedes:
- leer esto de Reyes Vallejo y Antonio Sánchez-Barranco de la Universidad de Sevilla
http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0211-57352003000200006 - O esto de Candela Reguero en la Revista Libertaria
https://www.revistalibertalia.com/single-post/2018/05/19/Lou-Andreas-Salome-mujer-y-erotismo - O pasar por la sección de historia de la Asociación Internacional de Psicoanálisis
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