De madres a hijas

cristinaconsushijasrec

Mercedes murió a las dos y cuarto de la tarde. El diagnóstico: infección intestinal; la causa: ser mujer y haber nacido en el siglo XIX.

Tenía 24 años, tres hijos y un marido con el que se había casado por amor dos años antes de alcanzar la mayoría de edad, lo que significaba que en el plazo de 3 años y 4 meses había estado embarazada al menos tres veces. No sabemos si medió algún aborto entre cada criatura.

Aunque muriera joven, Mercedes llegó a ser un portento de mujer, admirada por su trabajo, que no era otro que el de procurar hijos a su marido. Así era la vida para ella y para muchas mujeres en el siglo XIX, cuando se consideraba la capacidad de engendrar y parir hijos la única misión de la mujer en la Tierra. Y ella había cumplido hasta su último aliento, que por cierto dio apenas tres horas después de nacer su hija Isabel. Murió justo después de que le punzaran el vientre intentando sacar lo que consideraba que era una acumulación de gases intestinales.

Debía ser cosa de familia porque su hermana pequeña, Teresa, tuvo un final parecido, aunque ella murió de una embolia después de casarse y alumbrar cuatro hijos en poco más de seis años. En su caso, el final fue aún menos esperado. Ya habían pasado ocho días desde el parto. Era el primer día que ponía un pie fuera de la cama y nada más hacerlo, con ayuda de una matrona, sufrió el desmayo previo a su muerte.

Ambas habían parido en casa como era costumbre en el cambio de siglo entre todas las mujeres que pudieran pagar la asistencia para ello, ya fuera la de una partera sin más conocimiento que la experiencia y creencias populares, o, según iban ascendiendo en la escala social, la de una matrona o un cirujano. El resto podía hacerlo en las casas de maternidad públicas o en los hospitales, donde también recibían asistencia especializada, pero allí las infecciones eran tendencia. A priori, los hogares eran entonces espacios más asépticos que aquellos.

La aparición de la “fiebre puerperal” era sinónimo de complicaciones. Si Fleming hubiera nacido 30 años antes a lo mejor el asunto se hubiera resuelto, pero cuando parieron Mercedes y Teresa las cosas eran como eran, los antibióticos, pura ciencia ficción, y la asepsia una práctica no demasiado extendida entre la profesión médica.
La familia de Mercedes y Teresa depositó la confianza de atenderlas a la misma persona, que con ocho años de diferencia, certificó la muerte de ambas y llegó a declarar que no eran muertes extrañas porque ocurrían igual en las casas de maternidad. Daba igual cuánto dinero guardases en el bolso, si parías corrías el riesgo de morir.

En aquel tiempo, el higienismo se extendía apostolando para inculcar hábitos de vida saludable entre la población. A las mujeres, que seguían pariendo acompañadas de sus madres siempre que podían, se las instruía en ciertas medidas de higiene para garantizar el éxito de la maternidad como era el reposo absoluto antes y después. El parto se medicalizó definitivamente. Por eso y porque su familia podía permitírselo,

Mercedes y Teresa contaron con atención experta, que sin embargo no las libró de la muerte como la de miles de mujeres de cualquier clase social que fallecían tratando de cumplir con el dictado social de la maternidad.

Los Estados europeos necesitaban ver crecer su población y cualquier esfuerzo era poco para garantizar la supervivencia de madres e hijos. El proceso se había iniciado a finales del siglo XVIII, cuando el país trataba de sacudirse las maneras poco científicas de hacer las cosas. Las prácticas de las parteras, que hacían cosas como atar el cordón umbilical al muslo de la madre para evitar los dolores de entuerto, fueron denostadas como costumbres supersticiosas y condenadas por la academia, que defendía la necesidad de adecuar la atención a las madres a la ciencia moderna.

Las escuelas de matronas otorgaron la formación científica necesaria a las mujeres que atendían los partos, situándolas teóricamente en una posición ventajosa para la carrera hacia la modernidad positivista. Se formaban en las Escuelas vinculadas a las Universidades y se examinaban en las Facultades de Medicina. Pero fue sólo un espejismo, porque su profesión quedó rápidamente relegada a un papel secundario y de acompañamiento a los cirujanos, quienes se arrogaron el protagonismo de dirigir los partos.

Algunas matronas cuestionaron activamente aquella estrategia. Carmen Barrenechea advirtió incluso del problema que suponía que los mismos cirujanos que atendían enfermos infecciosos se ocuparan de las parturientas. Los cirujanos fueron claros vectores de la transmisión de enfermedades.

La persona que atendió a Mercedes y a Teresa fue Eugenio Gutiérrez, cirujano obstetra, miembro de la Real Academia de Medicina, compañero y amigo de Ángel Pulido que fue uno de los principales teóricos de la inferioridad intelectual de las mujeres y enemigo declarado de la formación de las matronas. Una autoridad incuestionable para la familia de Mercedes y Teresa, Princesa de Asturias e Infanta, respectivamente, hijas de María Cristina de Habsburgo y Lorena y hermanas de Alfonso XIII.

Dos #señorasdelXIX cualquiera. O casi.

 

**Para saber más sobre las matronas del siglo XIX debes leer a Teresa Ortiz y Dolores Ruiz
Del médico que las atendió puedes leer aquí en la web de la Real Academia de Medicina.

Para ver cómo algunas mujeres se pasaron por la enagua el empeño de los cirujanos de monopolizar la obstetricia, puedes repasar la historia que os conté sobre Concepción Aleixandre.
Para comprobar algunos de los datos que doy sobre las muertes de Mercedes y Teresa puedes buscar estas referencias:

  • El Día (Madrid. 1881). 17/10/1904, página 3.
  • La Época (Madrid. 1849). 17/10/1904, n.º 19.537, página 1.
  • Diario oficial de avisos de Madrid. 18/10/1904, página 1.
  • Diario oficial de avisos de Madrid. 24/9/1912, página 1.
  • Mundo gráfico. 25/9/1912, página 18.
  • El Heraldo militar (Madrid). 25/9/1912, página 2.
  • El Liberal (Madrid. 1879). 24/9/1912, página 1.
  • La Mañana (Madrid. 1909). 24/9/1912, página 1.
  • Caras y caretas (Buenos Aires). 26/10/1912, n.º 734, página 19.

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